Hasta un Podemos descafeinado es mejor que nada, pero este mundo no funciona así

Con lo que queramos afear la fulgurante transformación de Podemos en lo que es ahora, lo que tampoco podemos negar por obvio, es que si no hay un voto masivo a favor del partido de Iglesias, Errejón y Bescansa, nos enfrentamos a un nuevo Parlamento con otro 80% ultraneoliberal. No importa si lo suman PP y PSOE o si lo hacen junto al Ciudadanos de Rivera. El caso es que si no queremos tragar cuatro años más de tratamiento con aceite de ricino –in crescendo–, la lógica dicta que deberíamos ser pragmáticos y apostar por lo que pudiera ser considerado un mal menor; algo que nos aporte alguna pequeña mejora sobre lo que nos encontraremos de no hacerlo. Pero no funciona así.

Juan Carlos Monedero utilizaba una cita de El Principito –convertida después en máxima en el nacimiento de Podemos– que no cabía que fuera más acertada: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo de mar libre e infinito”. Así es y ha sido siempre. Pero no solo ese propósito se ha olvidado. Todo ha cambiado en el discurso, y para muestra este botón de un mes antes de que se hiciera público el proyecto.

No sé si en todo el planeta con sus particularidades culturales –cada día menores– funcionará igual, pero el sur de Europa no es lugar de males menores ni pragmatismos y sí de atavismos y corazón a partes iguales. Pero ojo, no de corazones ciegos.

Pese al momento de colapso del modelo civilizacional, hay una parte de la población que ni lo ha percibido ni le importa lo que le ofrezcas, porque no va a cambiar de parecer así se derrumbe su propio mundo. Pero hay otra parte –mucho menos superficial de lo que algunos creen– a la que no vas a estimular si no partes de dos premisas inherentes: creer firmemente en lo que dices, y que lo que dices tenga capacidad de motivar.

Pero esto por sí solo no es suficiente. Hay muchas personas que leen con meridiana claridad el momento social y cuya trayectoria de decencia les permitiría dar el perfil de circunstanciales líderes –en el mejor sentido, si es que este significante lo tiene– tan tristemente necesario para activar sociedades. Pero son muy pocas las que atesoran eso que se llama ‘carisma’, que hoy no es otra cosa que tener un brillante expediente académico, buena oratoria, y el favor de los grandes medios de comunicación propiedad de la oligarquía. Así se convierten en tres los requisitos indispensables, pero si solo uno de ellos no concurre, esta regla de tres se queda coja.

El primer Podemos parecía cumplir los tres requisitos. Unos promotores que mantenían un discurso coherente con su trayectoria política y comunicativa –la política no es tener o buscar un cargo–; unas propuestas que con la banca pública, nacionalización de los sectores estratégicos, renta básica universal, proceso constituyente y participación vinculante de las bases y el pueblo en la conformación del proyecto, cumplía con las expectativas de transformación anheladas. Y por último, no uno sino dos o tres líderes que daban el perfil necesario.

Era un magnífico comienzo para poder ir concienciando a largo plazo en algo más grande y que pronto veremos como imprescindible –aunque quizá demasiado tarde–. Pero así estaba bien, y no hacía falta convencer a incautos de que aquello de la ‘propiedad colectiva de los medios de producción’ –en el preciso momento en el que grandes empresas como Target o Kraft amenazan con automatizar su producción si los trabajadores se sindican–, no era el capricho de un presunto iluminado –al que A. Einstein dio en su día la razón, y al que hoy se suman nombres como el de S. Hawking–, sino un brillante análisis contemporáneo y prospectivo de lo que se convertiría más tarde en crónica de una triste realidad.

El caso es que aquello que nació hace cuatro días se ha roto a una velocidad tal que no admite una explicación aceptable. Nadie puede creer que personas tan capaces utilicen la realpolitik para justificar su incesante ‘moderación’ y su viaje al centro de la nada y que no supieran en qué selva se metían, porque esa excusa suena a lo de la ‘herencia recibida’, pero con el agravante de no haber recibido todavía ni la posibilidad, ni así poder llegar a recibirla. Menos explicación positiva tiene ahora el haber dejado sin capacidad decisoria a los Círculos, máxime cuando lo que presuntamente se pretendía al negársela era que no se infiltrase la ‘moderación’ del propio sistema por medio de ellos. Y por si fuera poco, si ya era de un onirismo sospechoso lo del despertar socialdemócrata en el seno de la UE –lo de torcer brazos y demás–, tras lo de Grecia, la obcecación de algunos suena, en tono biempensante, a aquello de que la/el cornuda/o es la/el último/a en enterarse. Y es que sin plantearse una salida ordenada de la UE –y haciendo incesante campaña por ello– no hay país que pueda poner en práctica ni las más modestas políticas sociales. Lo contrario es todo humo.

Esto es suficiente para que se pase de una expectativa de mayoría parlamentaria a la de papel testimonial como cuarta fuerza política. Porque si hay algo que generalmente no se perdona es la incoherencia, y mucho menos si llega a considerarse traición –aunque sigas siendo lo menos malo que pueda suceder–, porque esa sociedad ‘silenciosa’ a la que atraer desde el abstencionismo, aunque parezca inverosímil, o la llamas para jugar a ganar, o no juega. Le sucedió a otros partidos antes y en condiciones mucho menos favorables para una transformación –por lo que sus actitudes tenían alguna explicación–, y tanto más a los que han podido hacerlo todo y darlo todo al carecer presuntamente de mochilas, y al final han servido, en el peor de los casos, para abrir una herida que dejará marcado a este país durante mucho tiempo.

Esperemos que ocurra lo contrario y que nos quedemos con lo bueno de todo lo acontecido. Hemos visto que grandes ciudades del Estado español pasaban a manos de movimientos sociales gracias en gran medida a la inercia del primer Podemos, y eso significa que no todo está perdido si sabemos articular alternativas comunes de aquí a 2019 –o antes si se fuerza la ingobernabilidad–, porque una buena parte de la sociedad ha demostrado que quiere cambios de verdad, que no tiene miedo, y que, unida, es capaz de tomar las riendas de esta cuadriga que nos arrastra al abismo.

 

Origen: IniciativaDebate

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